De a poco íbamos llegando a Parada Sánchez, la cantidad de jinetes se iba haciendo mayor cuanto mas nos acercábamos al Paso de la Arena, en grupos o de a uno, los gauchos se unían a lo largo de la ruta, saludaban, miraban pasar el contingente y después respetuosamente se ubicaban a la cola de la marcha.
Ahí en la retaguardia y gozando el espectáculo, casi en el camión de los rezagados, el Tordillo y su tordillo seguían al paso, empachándose de campo, de tradición y de kilómetros.

El camión del ejercito que preparaba el guiso que recibía al gauchaje en cada una de las paradas, hacia rato que estaba haciendo humear la caldera, de una vieja maquina que parecía mas para hacer asfalto que para preparar rancho, salía un guiso tan caliente y espeso como insulso, pero que servia para llenar la panza después de horas sobre el recado.
A medida que se llegaba, cada uno se preparaba para desensillar un rato, hacer mediodía y descansar para la jornada de la tarde, otros mas comedidos, ayudaban a sacar caballos para el campo, dar ración, dar agua o simplemente alcanzar chilcas para un fueguito tropero que calentaba agua para los mates.
Cuando llaman a rancho, la larga fila se hizo casi instantánea, plato en mano y de a uno, se iban sirviendo los comensales, Julián, un paisanito muy comedido y se ve que también muy enamoradizo, ayudaba a unas jovencitas con sus caballos y entretenido dejo pasar el tiempo, cuando se dio cuenta, era el último en la fila.
Se acerca, adelanta el plato, lo sirven y mirando el guiso como desilusionado se dirige al lugar donde sus compinches ya estaban de cháchara después de haber comido
“…taba lindo el guiso, los dos murlitos que me tocaron taban reguenazos…” dijo uno de los muchachos.“…a mi me toco un pedazo de pechuga y otro de rabadilla, pahhh, hacia tiempo que no comía guiso tan rico” dijo otro.
Cuando Julián se va sentando, uno, ya de plato limpio y panza llena le pregunta, ¿y a vos que te toco?
Julián miro su plato como con pena y levantando la vista dijo… “a mi me toco laguna” y se sentó cuchara en mano a tomar su caldo.
El Tordillo











Sobrevolé los Andes, viniendo desde Canadá, tratando de ver a los que habían caído y que por gran casualidad serian encontrados ese mismo día. Conduje en los Apeninos, crucé los Alpes varias veces, recorrí los Pirineos
tomé café sentado en las terrazas de Sorrento, Ischia y Capri.
Cuanto más las veo y las recorro más me emociona, grandes y chicas, peladas o llenas de monte, con nieve o derritiéndose para formar el Rin, no importa su tamaño, siempre las encuentro maravillosas, misteriosas, me llaman.
Quizás si hubiera tenido la oportunidad, habría escalado alguna, pero a mi edad y con mi estado físico me conformo con recorrerlas en auto o subirlas en funiculares, para llenarme los ojos de distancia, de tierra, de mar, de castillos, de montes.
Las torres de la catedral de Florida, como las vio Jose Cuneo.