Un lugar donde un hombre de Florida (Uruguay), la capital de la Piedra Alta, cuenta de todo un poco, sobre su pueblo, su vida, sus viajes, su familia y más que nada, sobre su Florida natal. Tambien mucho sobre mi querido Camino de Santiago.



Monday, March 31, 2014

A Mansilla de las Mulas.


Los veinte y pico de kilómetros de Camino, no son nada memorables, ruta recta, casi sin ondulaciones, cruzando pueblos y aldeas con pocos atractivos. Las grandes extensiones de plantaciones de grano y una ruta hibrida con falsos plátanos que intentan darnos sombra, pero están del lado equivocado de la senda. La sombra toca al caminante después de las dos de la tarde, la monotonía de colores y sonidos lo ayuda a uno a dedicarse a pensar en otras cosas, ya que lo único que requiere la ruta es que pongamos con constancia, un pie delante del otro, para acercarnos de a poco a León, que nos espera mañana.  

La entrada a El Burgo Ranero es tipica de lo que venimos viendo en esta zona.
Hago dos o tres paradas, en una, con “la destartalada” nos tomamos un café y unos bollos a la entrada de El Burgo Ranero, dos horas más tarde me encuentran refrescándome los pies en uno de los canales de irrigación. La tercera parada, ya cerca del mediodía, fue a la sombra de un hermoso monte de Acacias, donde con un picado de queso y chorizo, acompañado por una coca cola que traía, envuelta en hojas de periódico para mantenerla fresquita, comi solo y alegre de estarlo.
Sistemas de regadios, canalizados como este abundan en la ruta. Un buen lugar
para sacarse las botas y refrescar los pies.
No recuerdo haberme encontrado con nadie del grupo en todo el recorrido, lo que significaba que yo como siempre iba a un paso muy lento y perdido en los recovecos de mi mente. Varias veces, me encontraba a mí mismo, pensando en mi familia a la que extraño mucho, más que nada pensando en mi Lara, esa nieta que es la alegría diaria de un abuelo que se derrite por ella.
Un canto de Hare Krishna constante, repiqueteaba en mi cabeza y me marcaba el paso. Como siempre llevo conmigo mis Tulsi Japa beads, regalo de mi hijo Cuimbae, las desenrolle de mi muñeca y las 108 beads se sucedieron varias veces, cuando quise acordar, Mansilla de las Mulas estaba a la vista.
Como la distancia había sido corta, era apenas pasado el mediodía cuando me encontraba a la entrada del pueblo. No tenía ni noción de dónde andarán los amigos, así que como de ritual, le mande un mensaje a mi Quijote, Jordi el catalán, quien siempre tenía una guía a mano, un plan para el día o muchas veces ya se había ubicado en algún albergue.
“El albergue se llama El Jardín del Camino, justo antes de entrar a las murallas del pueblo, sobre tu mano derecha, te espero en el frente para que nos tomemos una cañita  antes de que te registres”, me contestó con un tono que parecía más alegre que en los últimos dos días. Se ve que se le había pasado la cagalera y se sentía bien.
El lugar tenía un hermoso patio delantero, donde los parroquianos y peregrinos, bebían y comían bajo las sombrillas, o bajo un hermoso alero que se veía muy acogedor.
En un rincón del jardín, Javi, Valentina y Dumas, habían armado, con permiso de los hospitaleros, su pequeña tienda de campaña, ya que Dumas no podía dormir en el edificio. Esta escena se repetía en casi todos los pueblos, así que Valentina dormía en los albergues y sus dos compañeros, afuera en la tienda o al raso.

 El lugar era en la planta baja, una fábrica de embutidos con un hermoso restaurante, el olor a charcutería reinaba supremo, jamones, chorizos, salames, morcillas, y la reina de los saladeros…cecina de León. Para un hombre como yo, con el amor que tengo por esas cosas, era como pasar la noche en el paraíso terrenal, porque tampoco faltaban los quesos y los vinos de la zona, creo que fue el lugar donde más comí en todo el Camino. Siempre me acuerdo de la primera vez que entre a La Boquería, en Barcelona, donde la abundancia de esos productos me llenó el alma de alegría y el estómago de sabores, hoy, en Mansilla de las Mulas me sentía un privilegiado y como tal disfruté del lugar.
 
Con un buen plato de cecina y una cerveza(sssss) compartimos un rato con Jordi y Javi,

 Resulta, que ese era el día de las fiestas del pueblo, así que después de una ducha reparadora, con ropa fresca y limpia nos dirigimos al pueblo a recorrerlo y disfrutar un poco de la celebración de los lugareños.  Ellos estaban todos “endomingados” con sus mejores galas, los bares y las calles vibraban con el movimiento de paisanos y peregrinos, la plaza frente al ayuntamiento, adornada y llena de gente que esperaba que empezara el espectáculo. Los bares colmados, emitían un olor extraño, un aroma de embutidos mezclado con perfume francés, transpiración y ropa húmeda sudada y secada al sol.

Por la mente me pasaron los bares de los puertos que cantaba José Carbajal “El Sabalero”, los boliches de mi Montevideo lejano, los corredores de las cárceles, el empedrado del bajo montevideano y más que nada el aroma de pueblo trabajador que se lavó los sobacos de apuro, para ir a la plaza  a disfrutar la retreta dominguera.



Y salió baile… una banda de pueblo, trompeta, saxo, bombo y redoblante recorría las calles, la gente los seguía, los peregrinos los filmaban, Albi que salía del albergue justo en ese lugar y momento, me invito a bailar, ni lerdos ni perezosos, nos zarandeamos un rato al ritmo de la música de la fiesta. La barra a nuestro alrededor, festejaba con nosotros, los otros peregrinos nos miraban como si fuéramos seres de otro planeta. Sandra no paraba de reírse y festejar.


La pasamos de novela y unas horas después, cerca del anochecer, con una cervezas entre pecho y espalda, nos fuimos en pequeños grupos, cada uno para su albergue, porque mañana nos espera León y el Húmedo…  más adelante Santiago de Compostela, porque hasta el Santo no paramos.

Las murallas a la entrada de Mansilla de las Mulas.
Muchos propietarios , con orgullo adornan sus casa con los símbolos del camino.


Como en todos estos pueblos la Iglesia es el corazón de la comunidad.
Otro ejemplo de los edificios de barro.
No falta, al borde del Camino, las ruinas de aldeas abandonadas...la gente se va a las ciudades.











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