Un lugar donde un hombre de Florida (Uruguay), la capital de la Piedra Alta, cuenta de todo un poco, sobre su pueblo, su vida, sus viajes, su familia y más que nada, sobre su Florida natal. Tambien mucho sobre mi querido Camino de Santiago.



Monday, August 16, 2010

Isidoro de María (1815-1906)


La vida de Isidoro De Maria fue larga y laboriosa. Los perfiles de esa vida han sido trazados por Juan E. Pivel Devoto en la semblanza que figura en Rasgos biográficos de hombres notables de la República Oriental del Uruguay (Claudio García & Cia., Editores, Montevideo, 1939). Nacido en Montevideo en enero de 1815, Isidoro De Maria murió en la misma ciudad, a los 91 años, el 16 de agosto de 1906.

Isidoro de María: Testigo-cronista del Montevideo Antiguo
por Arturo Sergio Visca.

El cronista de la Patria Vieja.
El interés que despierta la obra de un escritor, y, asimismo, la importancia que lo misma tiene dentro del contexto cultural en que se inscribe, no siempre provienen de sus calidades literarias o de su profundidad conceptual. Son otros los motivos que, en ocasiones, determinan su validez. Esta es, precisamente, la situación en que se ubica la obra de Isidoro De María en el contexto de la cultura uruguaya. Si, con un enfoque indudablemente erróneo, se juzgara su vasta labor de publicista desde una perspectiva rigurosamente critica en lo que se refiere a sus valores científicos y literarios poco serio lo que de ella merecería un juicio abiertamente afirmativo. Su pensamiento historiográfico "no trasciende los alcances de la crónica, ni supera sus limitaciones conceptuales", según afirma Juan Antonio Oddone en su artículo La historiografía uruguaya en el siglo XIX. Apuntes para su estudio (Apartado de La Revista Histórica de la Universidad, Montevideo, 1959); sus cualidades de escritor no alcanzan, en cuanto a creación verbal, un nivel de real jerarquía. Estas observaciones negativas no invalidan, sin embargo, la obra de Isidoro 0e María. Ella mantiene vivo su interés aunque este se sostiene en pilares axiológicos no estrictamente científicos ni literarios. En esa obra, de débil andamiaje conceptual y sin grandes valores literarios, fue adquiriendo expresión, según dice el mismo Oddone en el articulo citado, "un pasado que aún carecía de conciencia de si mismo y no se decidía a integrarse al espíritu colectivo de la nación". Esta inmersión en las raíces de la nacionalidad para darles expresión es el pulso que palpita en la obra de Isidoro De Maria y le da color de vida. El interés de su labor proviene precisamente de la vida que le comunica esa pulsación perceptible a través de la humildad estilística y de la ingenuidad metodológica. Sus páginas irradian el calor de lo auténticamente vivido y que es comunicado por el imperio de una igualmente auténtica necesidad expresiva. Su labor está sentida como un acto de servicio para la nación.

La vida de Isidoro De Maria fue larga y laboriosa. Los perfiles de esa vida han sido trazados por Juan E. Pivel Devoto en la semblanza que figura en Rasgos biográficos de hombres notables de la República Oriental del Uruguay (Claudio García & Cia., Editores, Montevideo, 1939). Nacido en Montevideo en enero de 1815, Isidoro De Maria murió en la misma ciudad, a los 91 años, el 16 de agosto de 1906. Sus padres fueron Juan Maria De María, italiano y artillero al servicio de España, y Maria Luisa Gómez, argentina. Realizó estudios primarios en la Escuela Lancasteriana de su ciudad natal. Completó luego por si mismo su cultura. En 1829 ingresó corno tipógrafo en la Imprenta del Estado. Vinculado desde entonces con los hombres de letras del país, inició, apenas adolescente, su actividad periodística, que lo llevó, años más tarde a fundar El Constitucional, que apareció entre 1838 y 1846. Fue Vice Cónsul del Uruguay en Gualeguaychú (República Argentina). De regreso al Uruguay, se dedicó a las actividades pedagógicas -fue miembro de la Comisión de Instrucción Primaria del Departamento de Montevideo y del Instituto de Instrucción Pública- acerca de las cuales escribe Juan E. Pivel Devoto: "La escuela de la época, en vísperas casi de la reforma de Varela, le debe algunos de sus más grandes adelantos: cursos nocturnos para adultos, escuela graduada, educación de la mujer, etc." También actuó en política: fue diputado por Soriano y Vice Presidente de la Cámara de Representantes. Pero desde 1878, en que fundó La Revista del Plata, dedicada enteramente a temas de historia del Uruguay, abandonó la actividad pedagógica, la política y el periodismo de combate para dedicarse en forma casi exclusiva a la investigación histórica, publicando entre 1880 y 1890 sus trabajos más completos, entre ellos los Rasgos biográficos citados y los tres primeros tomos de Tradiciones y recuerdos. Montevideo antiguo y la sexta edición de su Compendio de la historia de la República Oriental del Uruguay. Los últimos años de su vida los dedicó, entre otras tareas, a la ordenación, clasificación y restauración de documentos históricos, en su calidad de Director del Archivo Nacional. Los frutos de esta larga vida laboriosa han sido así juzgados por Pivel Devoto: "Sus obras, que llenarían más de treinta volúmenes, escritas en forma sencilla, tienen ya el valor de las obras clásicas. La crítica histórica a la luz de nuevos métodos podrá formular a sus libros muchos reparos; pero lo indudable es que la consulta de ellos se hace imprescindible a todo aquel que estudie nuestro pasado. Porque De María trabajó sus obras no sólo con el elemento tradicional y los recuerdos, sino que dio a conocer centenares de documentos, muchos de ellos procedentes de sus colecciones particulares hoy dispersas" y concluye afirmando que Isidoro De María "murió rodeado de la respetuosa consideración de todos sus conciudadanos que veían en aquel anciano venerable al cronista de la patria vieja y al representante más auténtico de sus tradiciones."

Un testigo memorioso

De todas las obras publicadas por este hombre modesto y laborioso es, sin duda, Tradiciones y recuerdos. Montevideo antiguo la que mejor lo representa y la que tiene más atractivos para el lector no especializado. Pero es no sólo la obra más representativa de su autor sino también uno de los más vivaces testimonios sobre el pasado de nuestra ciudad. Las páginas del libro nacen de una actitud nostalgiosa, de un claro amor por un pasado fugitivo cuyo recuerdo se quiere hacer perdurable. Testigo durante casi un siglo de las transformaciones sufridas por su ciudad natal, lleno de "recuerdos que no han borrado de la imaginación los años", De Maria espigó, según sus propias palabras, en las cosas viejos de nuestra tierra, "para que no se pierdan y vivan en la memoria de los presentes y las conozcan los que vengan atrás." Guiado por este deseo, sostenido por su sereno aunque fervoroso amor por las tradiciones del país, De Maria fue hilvanando sus crónicas sin someterse a un plan rígido. Ellas surgieron y se organizaron de acuerdo a las espontáneas solicitaciones del recuerdo y la nostalgia. El resultado es sorprendentemente atractivo: el total de esas crónicas -algunas muy breves, casi meros apuntes de unas pocas líneas- componen cabalmente la atmósfera del Montevideo antiguo, de lo que la ciudad fue desde su iniciación colonial hasta 1830. Las cuatro últimas crónicas del libro cuarto (La Jura de la Constitución, El mobiliario de la Sala de Representantes en la Jura de la Constitución, El uniforme del Ejército y La visita de la plaza en la Jura y los abanicos) están destinadas, precisamente, a rememorar este solemne acontecimiento que el autor presenció cuando tenía 15 años y que recuerda cuando era ya octogenario. Esas, cuatro crónicas, donde destella, por momentos, la luz de una conmovido memoria personal, cierran la obra, cuyo conjunto se desgrana en múltiples temas. El autor recuerda edificios y lugares: la Matriz, los Bóvedas, el Fuerte, la Ciudadela, la Esquina Redonda; describe usos y costumbres: entierros, casamientos, ceremonias religiosas; revive tipos populares: el aguatero, el sereno, el pulpero, la lavandera; narra sucesos: los funerales de Blas Basualdo, la visita a Montevideo del canónigo Mastai Ferreti, futuro Pío Nono; retrata humildes personajes históricos, Pepe Onza, Calderilla, Victoria la cantora, el Licenciado Molina, doña Mercedes, la de los ombúes. Todo este material tan variado, pintoresco y sugerente es ofrecido con trazos rápidos, a veces esquemáticos, como si el autor solicitara lo colaboración del lector y lo indujera al ejercicio de la imaginación. El libro de Isidoro De María incita a descubrir tras el Montevideo de hoy el Montevideo de ayer. Incita, es posible decirlo así, a esa forma particular de la nostalgia que es la nostalgia de lo no vivido.

En su mayor parte, los crónicas de Montevideo antiguo rememoran y hacen revivir cosas humildes, a las que no se les despoja de su originaria y o veces risueña humildad. En esta fidelidad constante al ser originario de las personas y cosas con las cuales trabaja, en ese no deformarlas ni siquiera para embellecerlas, reside precisamente la mayor virtud de las crónicas de Isidoro De Maria. No desarrolla una anécdota ni ahonda los rasgos de un personaje ni siquiera cuando ellos ofrecen elementos propicios para ser novelados. Tampoco hay en sus páginas hallazgos estilísticos. En otro escritor, estos rasgos podrían ser una limitación y un defecto. En Isidoro De Maria, no. Es de ese modo fiel a su naturaleza. No fue ni un imaginativo ni un estilista y no pretendió serlo. Sólo fue, y se atuvo a ello, un cronista amable que supo desaparecer detrás de los objetos de su amor (y si en algo aparece el autor en Montevideo antiguo es sólo como legitimo consecuencia de que él mismo fue parte de ese Montevideo del cual quiso ser y fue el cronista). Y por lo mismo, la nitidez de visión y la fuerza comunicativa de sus crónicas nacen sustancialmente de la limpidez de alma de su autor y de su entrañable consustanciación la materia con la que trabajó. Es ella la que determina el dibujo de sus crónicas. El autor es sólo el portavoz de esa materia a la que obedece dócilmente. El triunfo de Isidoro De Maria es el triunfo de lo humildad. Lo auténtico de sus páginas es el resultado de la posesión de virtudes morales y no del manejo de grandes cualidades literarias. Conviene recordar esto para que todo cotejo entre Isidoro De Maria y su indudable inspirador Ricardo Palma se haga con la conciencia de que las cualidades de ambos, y sus valores, por consiguiente, son de diferente naturaleza. Ricardo Palma, sagaz literato y brillante hombre de letras, contorsiona la materia tradicional, la enriquece imaginativamente y la somete a sus intenciones estéticas, mientras que Isidoro De Maria, despojado de grandes ambiciones en cuanto a creación literaria, se ciñe a la realidad y deja que ella, ofrezca por si misma sus pequeños pero muchas veces encantadores destellos Ambos autores parten de una intención igual: revalidar y hacer amor el pasado. Pero lo hacen de distinto manera y llegan a diferentes resultados. Conviene buscar en cada uno de ellos solamente lo que cada uno ofrece. Coda cual ha creado su propio mundo, sujeto a sus propias leyes. Un cotejo de los Tradiciones peruanas, de Ricardo Palmo, y el Montevideo antiguo, de Isidoro De María, solo puede ser válido si se tiene en cuenta, lúcidamente, sus radicales diferencias. Sólo de este modo ese cotejo enriquecerá la comprensión de ambos obras.

Lo lejano es lo íntimo

Un ser humano que no recordara su infancia seria un ser sin efectivas raíces vitales. De igual modo, una colectividad que no sepa su pasado es una colectividad carente de raíces. Rescatar esas raíces para los montevideanos es lo que se propuso y logró Isidoro De María en su Montevideo antiguo que es, se puede decir así, una especie de memoria colectiva a través de la cual un pasado -el de una ciudad- se expresa y se preserva. Alguien ha dicho que lo lejano es lo intimo, y en esta lejanía temporal que las crónicas de Montevideo antiguo recogen, el lector de hoy encuentra una intimidad que no le es ajeno: la intimidad de su pasado no individual sino colectivo. Es esa intimidad la que crea la atmósfera poética que irradia esta obra que, en modo alguno, se propuso ser poesía. Porque esa poesía no fue puesta por Isidoro De Maria en sus crónicas sino que proviene naturalmente del tema de las mismas, es la poesía que, para quien no carezca de sensibilidad histórica, se encuentra siempre en la rememoración del pasado individual o colectivo y es, aunque parezca paradójico, ese sentimiento del pasado, que espontáneamente se transfigura en sentimiento poético, lo que hace que estas páginas irradien un sabor de inmarcesible frescura y juventud. En las páginas de Montevideo antiguo lo que fue se hace presencia vivo o presente permanente. Leer las crónicas de Isidoro De Maria, a quien sus contemporáneos vieron, en sus últimos años, como una encarnación viviente del pasado, es reencontrarnos a nosotros mismos en nuestros antepasados.
Arturo Sergio Visca



Mastai Ferreti y el Quita Calzones 1824

por Isidoro de María


Empezaba el año 24 cuando arribó a este puerto, el 1° de enero, el bergantín francés Heloisa, a cuyo bordo venía el canónigo Mastai Ferreti acompañando al Arzobispo Muzzi, Nuncio de su Santidad, en misión apostólica cerca del Gobierno de Chile.

Una tempestad deshecha había rechazado la nave conductora, de las costas de Maldonado, consiguiendo a duras penas ganar el puerto de Montevideo, de donde siguió viaje a Buenos Aires. De allí partió la misión por tierra para Chile, no sin percances, en cuya travesía las vichucas de San Luis diéronle, según la tradición, un mal rato a Mastai Ferreti, en el rancho en que se alojó, obligándolo a pasar la noche al raso, tendido sobre un cañizo, soportando la lluvia.

Hasta octubre de ese año, permaneció la misión en Chile, regresando por agua al Río de la Plata, para volver a Europa.

Al expirar el año, llegó la nave al puerto de Montevideo, desembarcando Monseñor Muzzi y sus acompañantes, de los que hacía parte el conde Mastai Ferreti. Gran novedad para las devotas y cumplida recepción de los viajeros por el Barón de la Laguna y el cura Vicario Larrañaga, que hospeda al Arzobispo en su casa, y don Manuel Jiménez en la suya al canónigo Ferreti.

No estaba en los libros de la de San Felipe y Santiago que hospedaba en su seno al futuro Papa Pío Nono, en el canónigo Ferreti, como no lo estuvo al contar de tránsito en él a don Baldomero Espartero, después de Ayacucho, que sería más tarde el duque de la Victoria en España, y la primer figura en el célebre convenio de Vergara.

Muy luego el Arzobispo Muzzi administró el sacramento de la confirmación en la Matriz, acompañado del canónigo Ferreti. Durante su estadía el Arzobispo celebraba misa en el Altar Mayor, y el canónigo en el del Rosario. Ya podrá figurarse el lector con qué gusto no asistirían las devotas a oír misa de aquellas dignidades.

Un día, no sabemos si siguiendo las aguas de los miembros cesantes del Consulado, que lo habían celebrado con una comilona en el Miguelete, en que fueron piernas muy alegremente Carreras, La Mar, Vilardebó, Pérez, Parías, Camuso, Cortinas, Susviela, Martínez y Souza Viana, ocurrióles a otros de buen humor, convidar a los viajeros a una fiesta campestre en la quinta de Juanicó, que aceptaron los distinguidos huéspedes con sumo agrado.

Todo se había preparado allí para obsequiarlos espléndidamente, y en el día convenido, invitados e invitantes se ponen en camino para la quinta. Pero, ¿quién había de decirles a los viajeros que un pícaro arroyuelo llamado Quita Calzones, les jugaría una trastada? Pues así, como suena. Al pasarlo, se empantana el birlocho en que iba Mastai Ferreti, costando un triunfo sacarlo del atolladero.

Era una nueva aventura por que pasaba por estas tierras Mastai Ferreti, que no olvidaba la de las vinchucas, ni la de la maniobra de marinería en el Cabo de San Antonio, en que había tomado parte bajo un temporal, por el número uno. Sin inmutarse el buen canónigo, sonreíase del percance, preguntando cómo llamaban a aquel arroyo. Quita Calzones, señor, le dicen. Pues hombre, responde muy jovial, lo que son los nuestros no nos los ha quitado, y tomó nota del nombre para su cartera de viaje.

Con retardo llegaron a la quinta, donde el percance ocurrido en Quita Calzones fue el tema obligado de la conversación y de la broma, no faltando alguno que dijera: "Vaya, sin ese incidente, no habría conocido prácticamente el canónigo, las chanzas del Quita Calzones".

Varias personas de distinción y parte del clero habían sido invitadas para la fiesta; y para amenizarla fueron convidados también algunos artistas líricos, entre ellos el célebre Vacanni.

Mesa espléndida. Banquete en regla. El Nuncio tomó asiento a la cabecera, y el canónigo Mastai Ferreti fue colocado entre una prima donna italiana y una bailarina francesa, que juntamente con un tenor milanés, hacían parte de los convidados.

"La cantatriz y la bailarina (esto va por cuenta y riesgo del Padre Sallusti, cronista de la fiesta, según el general Mitre) unían a su brío y vivacidad natural, una belleza afectada, con traje elegante y un fantástico tocado dispuesto con caprichosa maestría.

"A los postres se cantaron las más bellas composiciones de Rossini, terminando con el di tanti palpiti, di tanti pene, ejecutado por la prima donna y el tenor, que fueron muy aplaudidos, incluso por un fraile español que hacía de bajo.

"Los viajeros creyeron ver en esta fiesta una escena premeditada para comprometer su carácter sacerdotal; pero hombre social y de carácter ameno, el canónigo Mastai Ferreti, no lo tomó a mal".

Al regreso a la ciudad, antes que se cerrasen los portones, decíanle en tono de broma al canónigo, los que tenían confianza con él, "cuidado con el Quita Calzones; con la segunda edición de esta mañana".

No hay cuidado, contestaba Mastai, el cochero ya es baqueano, como dicen por estas tierras, y no caeremos en la trampa; pero por sí o por no, vayan otros adelante.

Y los vehículos se pusieron en marcha para la ciudad, llegando salvos de otro Quita Calzones, pero con el cuento del pasaje del canónigo Ferreti, que fue el platillo por muchos días, saliendo a relucir cada vez que se hablaba de paseo por aquellos contornos.

El canónigo Mastai Ferreti, a las vueltas en Quita Calzones, sería cosa de verse. ¡Y lo que son las cosas de este mundo! Pues era el predestinado para ocupar 20 años después la Silla de San Pedro en Roma, con el nombre de Pío Nono, viniendo a ser el primero y único de los Papas que antes de ascender al Pontificado, pisó este suelo, admiró su espléndida naturaleza, y aspiró las auras embalsamadas del Miguelete, recordando siempre el percance de Quita Calzones.


Isidoro de María
de "Montevideo Antiguo" - Libro segundo

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