Un lugar donde un hombre de Florida (Uruguay), la capital de la Piedra Alta, cuenta de todo un poco, sobre su pueblo, su vida, sus viajes, su familia y más que nada, sobre su Florida natal. Tambien mucho sobre mi querido Camino de Santiago.



Tuesday, August 31, 2010

Inspiración.-


Desde hace varios días, no puedo escribir nada que me guste, en realidad, tengo una lista de historias empezadas, otras casi terminadas, muchas para corregir, pulir, releer, pero me falta la inspiración para darles el toque final, para que me gusten a mí.

Como digo seguido, yo escribo para mí, después si me gusta lo pongo en el blog, por si alguien también quiere leerlo, pero la meta final es que me gusten a mí. En síntesis que con mucho o poco gusto o talento me escribo lo que quiero, pero soy muy exigente conmigo mismo.

Ya ha pasado un año desde la ultima travesía en canoa, muchos meses de no andar a caballo, tampoco he hecho viajes interesantes ni he tenido visitas que me inspiraran, por lo tanto estoy en un periodo de vacio intelectual. Desde Noviembre que no visito Uruguay o mi hermosa Florida, que es para mí, la mayor fuente de historias, generalmente lo que escribo son recuerdos míos, cuentos de mis padres, historias que contaron mis amigos, aventuras semi -verdaderas, producto de una imaginación fructífera, pero más que nada de una nostalgia de lo nuestro, que golpea todos los días a mi puerta, para ayudarme a vivir lejos pero con la mente cerca de mi tierra.

Así que por unos días, voy a cerrar las puertas del Corral, me voy en busca de algo que me falta, no sé que es pero en los próximos ocho días, espero volver a encontrarlo.

La San Cono, esa hermosa canoa compañera,
que el año pasado quedo casi muerta contra unas rocas, ya está totalmente recuperada y pronta para otra. Con mucho cariño y nuevas capas de fibra de vidrio, Amado y Wilson le dieron vida de nuevo, ya está lista para subirse a la camioneta y acompañarnos en otra aventura por el norte de Ontario, yo no la he visto, pero me dicen ellos que esta mas linda que nunca. Por lo tanto, las cacharpas ya están prontas, solo queda el irse y tirarla al agua… disfrutar del rio y el bosque, sudar bajo el fuerte sol de otoño y quizás tiritar un poco en las frías noches del norte. Unos mates, unos guisos, asado, algún vinito, buena compañía, historias que se cuentan junto al fogón y mucho verde y agua. Cuando regrese les cuento si por el camino encontré a la Sra. Inspiración... Hasta la vuelta.

El Tordillo

Monday, August 30, 2010

URUGUAYITOS.......(click aqui)

Hay gente que sabe escribir bien, que más que nada sabe pensar bien. Yo sigo muchos blog que encuentro interesantes, la mayoría de las veces porque tratan temas que yo quisiera desarrollar, pero lo hacen con un dominio de la idea, que yo no tengo. Por eso los sigo y por eso les “copio y pego” sus ideas.
Néstor Vaz, generalmente toca temas que los siento tan cerca, que pienso que debe ser porque los dos somos partes de esa Florida, que mas que un lugar geográfico, es un lugar espiritual, o quizás porque al haber recorrido tanto mundo, geográfico y mental, vemos las cosas con un toque de trotamundos y trotamentes fanatizados en buscar una respuesta, a preguntas que continuamente nos ponemos en el camino.
Gracias Néstor por pensar por muchos de nosotros y también por la dedicatoria.
El Tordillo


URUGUAYITOS.......



(Post dedicado a J. A. Pintos, floridense gestor del Grupo Toronto y su hermoso objetivo de ayuda a las escuelas rurales y sus uruguayitos….Gracias Tordillo!!!)

Los veo día a día.....Vivo a dos cuadras de escuelas, mañana y tarde los veo pasar y no se bien por qué, este domingo mas que nunca pensaba en ellos mientras desde mi ventana miraba los semáforos de la esquina, vacíos de niños para cruzar la calle.

Pensaba en los uruguayitos, esos chiquitos de las miradas puras, de los asombros inmensos, los que te dicen papá y mamá, tío o tía, abuelo o abuela....

Pensaba en los miles de uruguayitos que cada mañana madrugan para ir a la Escuela, todos democráticamente igualados por la túnica y la moña, y por su computadora del Plan Ceibal, sea en La Comercial o en el Buceo, en el pedrense Barrio de las Ranas o el olimareño Nelsa Gómez, en el poblado Las Latas de Tacuarembó o en el floridense Las Chircas, en fin, en los mas escondidos lugares del país.

Pensaba tanto en los que van en los ómnibus capitalinos con sus mochilas atiborradas de libros y cuadernos, como en aquellos que hacen mas de una legua a caballo entre las sierras del Yerbal para llegar a la escuela de Isla Patrulla....Pensaba en los que llegan en los autos de sus padres, como en los que llegan en los micros amarillos.

En todos aquellos que se ufanan al mostrarte sus primeros garabatos, que quieren que vos estés cuando salen abanderados o cuando recitan en la fiesta de fin de año.

Pensaba en todos esos “locos bajitos” que buscan tu mano para andar por la calle, que es lo mismo que para aprender a andar la vida. Que necesitan de tu brújula, de tus afectos, de tus cuidados. En definitiva, pensaba en los uruguayitos que con lluvia, viento, frío o calor van cada día a la Escuela, que se esmeran por alfabetizarse, por recibir educación, por empezar a recorrer un camino de la mano de sus maestros.....

Pero más que nada pensaba en todos aquellos que no lo hacen, que adoptan la enseñanza que les da la calle como una precoz sucedánea de aquella de la túnica y el moño azul. Enseñanzas que no son excluyentes, claro, pero tampoco sustitutas una de la otra.

Pensaba en todos aquellos que en el momento que deberían estar en clase veo pidiendo en los semáforos, a un paso del delito cuando miran adentro de tu auto con ojitos de muchos mas años de los que tienen.
Pensaba en los que veo descalzos, tanto en los barrios capitalinos de Piedras Blancas como en Las Torres, en el fronterizo Rivera Chico como en el 25 de Agosto de Treinta y Tres.

O juntando ganado, ordeñando vacas, acarreando leña, manejando tractores, cortando uva, juntando vellones en Centurión, Aceguá, Montevideo Chico, Colonia Miguelete, y tantos pueblitos...Trabajando antes de tiempo…..Pensaban en los que van casa por casa a pedir algo, lo que sea, en los que pasan con sus padres tirando los carritos, en los que se meten de cabeza en los contenedores.

Pensaba en los chiquitos que han muerto por desnutrición, una hipócrita manera de decir que han muerto por no comer bien, o por no tener qué comer
.
Pensaba en todos aquellos que pasan frío, en los rancheríos del Interior, en los asentamientos, en los cantes y en las zonas marginados de las ciudades. Los imaginaba calentando sus cuerpitos flacos en los traicioneros braseros, muchas veces solos, mientras sus padres van a trabajar.

Pensaba en aquellos que no tienen cobertura médica, que están subalimentados, con hogares desestructurados, que no tienen otro horizonte que la pobreza.

Porque que los hay los hay, solo que de tanto verlos no queremos verlos.....

Y si bien me siento orgulloso del Plan Ceibal, reconozco que es un gran paso que hemos dado pero que no debe ser el único. Y si bien me siento orgulloso de logros importantes para niños discapacitados, de los comedores de los barrios pobres, de muchas cosas en las cuales la asistencia social ha avanzado debemos reconocer que todavía falta.

Me recordaba también, que cada niño uruguayo que comienza a respirar ya está debiendo algo –poco o mucho- por el solo hecho de nacer aquí. Y sin saber nada del FMI, ni del imperialismo, ni de economías sumergidas, ni de economías emergentes, ni de plus valía, ni de tercer mundo, ni de primero.

Me preguntaba qué hacemos realmente por todos esos uruguayitos de hoy, que serán los uruguayos de mañana, los que ocuparán nuestras actuales plazas cuando nosotros ocupemos nuestros lugares definitivos. Pero, por encima de todo, me preguntaba qué país le damos, que país le dejamos los que decidimos por nosotros pero de manera indirecta, además, por ellos.

Ellos, esos uruguayitos, ¿es lo que merecen?

Publicado por Nestor Vaz Chaves en 19:50

http://nestorvaz.blogspot.com/2010/08/35-uruguayitos.html

Friday, August 27, 2010

Leyenda de la guitarra.-



Hilario vivía en su rancho, apartado de toda población indígena. Tenía la soledad como compañera. Muchas auroras y crepúsculos melancólicos vieron a aquel gaucho solitario que no sentía más que la música grave del bosque, la temeraria quietud de la llanura y la tristeza del campo con su horizonte de cielo y tierra. De tiempo en tiempo recorría las poblaciones lejanas con la esperanza de encontrar a la compañera que presentía en sus sueños. Aquella que se une a la vida del hombre para compartir sus esfuerzos, sus luchas y esperanzas.

Un día conoció a Rosa, la criolla más linda y graciosa del pueblo cercano. Desde entonces las noches oscuras del gaucho se tornaron claras, iluminadas por los ojos de la mujer amada.

Hilario vivía feliz con su compañera en el rancho levantado en medio del bosque silencioso. La vida se había transformado: los crepúsculos se tornaron soñadores, el viento corría mansamente en las noches, en constante diálogo con las hojas del bosque, como el quejido de una copla aldeana.

Pero como toda cosa buena en la vida, no podía durar. Una mañana Hilario dejó sola a Rosa para ir a una población cercana. Se despidieron tiernamente sin presentir que esa mañana luminosa tendría que ser la última. Amuray, el cacique de una tribu indígena, se había enamorado de Rosa, siendo rechazado. El indio vio que la mujer de sus sueños amaba a otro.

Amuray, rencoroso y vengativo, resolvió raptar a Rosa, y para ello vivía continuamente en acecho.

La oportunidad se le presentó ese día con la ausencia de Hilario. Por la tarde regresó el gaucho ansioso de las caricias de su compañera, sin pensar en la cruel sorpresa que lo esperaba. Encontró vacío el rancho. En el patio había señales frescas de lucha desesperada y la huella de un caballo hasta el sendero. Imaginando lo ocurrido se lanzó desesperado en persecución de Amuray, hasta que logró alcanzarlo. La lucha fue feroz. Pero al fin el valiente gaucho pudo arrebatar a la cautiva de los brazos del indio quien se retorcía en medio del camino en la agonía de la muerte. Pero el infeliz no recuperó nada más que un cuerpo sin vida. Rosa había muerto en el transcurso de la lucha. Desesperado, estrechó el cuerpo amado entre sus brazos, mientras sollozaba y la llamaba. Llegó la noche cargada de tristezas. Hilario se quedó dormido con la cabeza inclinada sobre el rostro querido.

Al rayar el alba desperezando el monte, despertó de su profundo sueño al son de una música de notas misteriosas, y halló en sus brazos una caja con formas de mujer en lugar del cuerpo de su compañera. Con ella cantó durante su vida el recuerdo de su amada. Por eso ella servirá siempre para acompañar penas y sentimientos.

Wednesday, August 25, 2010

Cuna de la Independencia.-(click aqui)


"Rancho Histórico". Obra del pintor floridense Juan Curuchet Maggi.

"... Un rancho bien criollo cobijó a esos hombres el humilde ambiente de totora y barro sintió que en su seno se alzaban potente, las viriles voces que allí decidían la suerte futura del solar nativo..."

Arturo Carbonell Debali

"Florida"



"En este Predio Histórico fue proclamada el 25 de agosto de 1825 con palabra de ley fundamentada en la soberanía ¡a reafirmación de la existencia política y jurídica del Pueblo Oriental".

Monday, August 23, 2010

INDUSTRIAS Y CONTAMINACION: EL DILEMA (3) (click aqui)

Lea la tercera entrega de esta serie escrita por Nestor vaz. Con hacer click en el titulo llega a su blog.

Una tarde de tabiada.- por Juan Don Naides



Una tarde de tabiada
(Prosa verseada)


Me parece que lo veo,
me parece…
desenvainado el facón
hace Don Lalo una raya
en la tierra pisoteada
junto a la cancha de bochas,
unos diez o doce pasos
(si mal no recuerdo doce)
y otra raya bien marcada!
limpia el facón en la bota
hecha el poncho a un la’o
envaina.
Y ansina queda marcada;
Sin mas ley ni reglamentos,

la cancha, pa’ una tabiada.
taba en mano entra a pasearse
solo, barajando el hueso,
como tanteándole el peso
esperando que alguien caiga.

Poco a poco el paisanaje;
se acerca y lo va rodeando
pero con cierto recelo,
pa’ coparle la parada,
porque según alguien dijo;
ya no es la primera vez
que deja alguno pela’o
con algún hueso carga’o
o alguna taba “culera”
pero nunca falta alguno,
que entre a cortar la parada.

‘cinco reales pa’empezar
pa’ no correr a ninguno”
y el lomo de cinco pumas
brillan tira’o en el suelo
“!copo la banca y le agrego
cinco mas pa’ redondear
porque me quede sin cambio
y a mi un peso me trae suerte!”
y en la punta de la bota;
queda una “chala” apretada
pa’ que el viento no la vuele.

Y el Lalo va haciendo tiempo
porque de afuera hay apuestas.
“dos pesos en contra el tiro”
“se los copo ¡aquí los tiene!
y el contrario se incomoda
porque Don Lalo demora.
“avise si esta dormido”
¿o le esta temblando el pulso?
“gueno…aguanten que via tirar”
“!Guri no cruces la cancha!” Y el hombre fija la vista
como midiendo el terreno,
y se prepara pa’l tiro
casi pisando la raya.

El cuerpo se inclina a medias
volca’o algo a la derecha,
encoje el brazo, lo estira
le abre la mano y el hueso,
parece que alzara guelo
seguido de la mirada
que le clava el paisanaje,
y no faltan comentarios
a pesar que el cuelo es corto.

“la tiro de guelta y media…”
“ y viene como dormida…”
“pa’ mi que ese tiro es corto
y que no llega a la raya”
“Clavada” (grito Barboza)
nomas de puro chistoso
y la taba iba corriendo,
y allá al final de la cancha;
se para mostrando el “liso”
¡es culo! Grito un mirón
y un borracho le contesta
mirando el hueso ‘e soslayo;
“ si es de su gusto aproveche,
pa’mi ese culo es muy flaco
y además es muy guesudo”
y al unísono el gauchaje
se festeja a carcajadas
la ocurrencia del mamao”.

Y unos vienen… y otros van
y un perdedor se retira.
“Aprieto ( grito mi Viejo)
mientras pisaba la taba
“Copo la banca y si gustan
tengo aquí otro par de pesos,
por si hay alguien que se anime”

“¿tenes un peso García?,
te invito para una “vaca”
porque ya me jugué el resto,
voy a apostar contra el tiro”
“¿pero vos estas mamao
o te faya la sesera?”
¡Apostar contra el Canario,
es como ponerle huevos
en la trompa de un lagarto
y esperar que se eche al sol
a dormir y no los coma!”

“Gueno… si no hay mas plata,
va el tiro!”
Se hace silencio en la cancha
porque Fuentes tiene fama
de clavador de los buenos.
y una cuarta raya ajuera
como puesta con la mano;
queda la taba clavada,
desteyando al sol la chapa
del bronce con que fue herrada.

Cae la tarde, se va el sol,
y entran a sobrar mirones
porque los pelaos son muchos,
Y un gurí se hace el chistoso;
“ aya de la recorrida
Viene el milico Gutiérrez…”

Y que les voy a contar,
la taba, desaparece,
los que quedan se desbandan,
y en el apuro en el suelo,
medios tapao por la tierra;
quedan tirao unos reales
que un borracho se hace cargo,
pa’ echarse el ultimo trago,
a salud de un perdedor
De UNA TARDE DE TABIADA.

Juan Don Naides.


Nota del editor:

El amigo Juan Don Naides, es un un uruguayo radicado en Canadá, que se dedica a escribir cuentos y versos, para acortar la nostalgia y alargar los años. Un hombre ya bastante entrado en tiempo, que se acuerda mucho de las cosas nuestras y muy seguido nos deleita con sus creaciones. Por modestia firma sus trabajos con el seudónimo, pero quizás cometiendo una infidencia, quiero saludarlo públicamente, y agradecerle por enviar su material al Tordillo.
Gracias Sr. René Fuentes y siga deleitándonos con su ingenio.

Saturday, August 21, 2010

Leyenda del Ceibo


LEYENDA DEL CEIBO:
Cuenta la leyenda que en las riberas del Paraná, vivía una indiecita fea, de rasgos toscos, llamada Anahí. Era fea, pero en las tardecitas veraniegas deleitaba a toda la gente de su tribu guaraní con sus canciones inspiradas en sus dioses y el amor a la tierra de la que eran dueños... Pero llegaron los invasores, esos valientes, atrevidos y aguerridos seres de piel blanca, que arrasaron las tribus y les arrebataron las tierras, los ídolos, y su libertad.

Anahí fue llevada cautiva junto con otros indígenas. Pasó muchos días llorando y muchas noches en vigilia, hasta que un día en que el sueño venció a su centinela, la indiecita logró escapar, pero al hacerlo, el centinela despertó, y ella, para lograr su objetivo, hundió un puñal en el pecho de su guardián, y huyó rápidamente a la selva.

El grito del moribundo carcelero, despertó a los otros españoles, que salieron en una persecución que se convirtió en cacería de la pobre Anahí, quien al rato, fue alcanzada por los conquistadores. Éstos, en venganza por la muerte del guardián, le impusieron como castigo la muerte en la hoguera.

La ataron a un árbol e iniciaron el fuego, que parecía no querer alargar sus llamas hacia la doncella indígena, que sin murmurar palabra, sufría en silencio, con su cabeza inclinada hacia un costado. Y cuando el fuego comenzó a subir, Anahí se fue convirtiendo en árbol, identificándose con la planta en un asombroso milagro.

Al siguiente amanecer, los soldados se encontraron ante el espectáculo de un hermoso árbol de verdes hojas relucientes, y flores rojas aterciopeladas, que se mostraba en todo su esplendor, como el símbolo de valentía y fortaleza ante el sufrimiento.

Tomada de la narración oral.

Otra Versión de la Leyenda de la Flor de Ceibo
Cuenta la leyenda que esta flor es el alma de la Reina India Anahí, la más fea de una tribu indomable que habitaba en las orillas del Río Paraná.

Pero Anahí tenía una dulce voz, quizás la más bella oída jamás en aquellos parajes, además era rebelde como los de su raza y amante de la libertad como los pájaros del bosque.

Un día fue tomada prisionera, pero valiente y decidida, dio muerte al centinela que la vigilaba.

En ese mismo momento, quedó sellado su destino para siempre: condenada a morir en la hoguera, la noche siguiente, su cuerpo fue atado a un árbol de la selva, bajo y de anchas hojas.

Lentamente, Anahí fue envuelta por las llamas. Los que asistían al suplicio, comprobaron con asombro que el cuerpo de la reina india tomaba una extraña forma, y poco a poco se convertía en un árbol esbelto, coronado de flores rojas.

Al amanecer, en un claro del bosque, resplandecía el ceibo en flor.

Wednesday, August 18, 2010

INDUSTRIAS Y CONTAMINACION: EL DILEMA.

Mí querido coterráneo Néstor Vaz, aparte de ser un músico de primera línea, un maestro reconocido en el mundo, como un eximio bandoneonista, es además una persona con una cabeza muy bien puesta y utilizada. Lo sigo asiduamente a través de su blog, por la diversidad de temas que enfoca y por la seriedad con que lo hace.
Estos dos últimos artículos que publica sobre minería, son algo que por la situación actual en cuanto a la minería en Florida y departamentos vecinos, me parece que vale la pena leer.
Y ya que están ahí, visiten un poco su blog, no tiene desperdicios.
El Tordillo

Tuesday, August 17, 2010

Rabindranath Tagore (1861 - 1941).- (click aqui).



El Último Trato
Rabindranath Tagore

Una mañana iba yo por la pedregosa carretera,
cuando espada en mano, llegó el Rey en su carroza.
“¡Me vendo!”, grité. el Rey me cogió de la mano y me dijo:
“Soy poderoso, puedo comprarte.”
Pero de nada le valió su poderío
y se volvió sin mí en su carroza.

Las casas estaban cerradas en el sol del mediodía
y yo vagaba por el callejón retorcido
cuando un viejo cargado con un saco de oro me salió al encuentro.
Dudó un momento, y me dijo:
“Soy rico, puedo comprarte.”
Una a una ponderó sus monedas.
Pero yo le volví la espalda y me fui.

Anochecía y el seto del jardín estaba todo en flor.
Una muchacha gentil apareció delante de mí, y me dijo:
“Te compro con mi sonrisa.”
Pero su sonrisa palideció y se borró en sus lágrimas.
Y se volvió sola otra vez a la sombra.

El sol relucía en la arena y las olas del mar rompían caprichosamente.
Un niño estaba sentado en la playa jugando con las conchas.
Levantó la cabeza y, como si me conociera, me dijo:
“Puedo comprarte con nada.”
Desde que hice este trato jugando,
soy libre.


Monday, August 16, 2010

Isidoro de María (1815-1906)


La vida de Isidoro De Maria fue larga y laboriosa. Los perfiles de esa vida han sido trazados por Juan E. Pivel Devoto en la semblanza que figura en Rasgos biográficos de hombres notables de la República Oriental del Uruguay (Claudio García & Cia., Editores, Montevideo, 1939). Nacido en Montevideo en enero de 1815, Isidoro De Maria murió en la misma ciudad, a los 91 años, el 16 de agosto de 1906.

Isidoro de María: Testigo-cronista del Montevideo Antiguo
por Arturo Sergio Visca.

El cronista de la Patria Vieja.
El interés que despierta la obra de un escritor, y, asimismo, la importancia que lo misma tiene dentro del contexto cultural en que se inscribe, no siempre provienen de sus calidades literarias o de su profundidad conceptual. Son otros los motivos que, en ocasiones, determinan su validez. Esta es, precisamente, la situación en que se ubica la obra de Isidoro De María en el contexto de la cultura uruguaya. Si, con un enfoque indudablemente erróneo, se juzgara su vasta labor de publicista desde una perspectiva rigurosamente critica en lo que se refiere a sus valores científicos y literarios poco serio lo que de ella merecería un juicio abiertamente afirmativo. Su pensamiento historiográfico "no trasciende los alcances de la crónica, ni supera sus limitaciones conceptuales", según afirma Juan Antonio Oddone en su artículo La historiografía uruguaya en el siglo XIX. Apuntes para su estudio (Apartado de La Revista Histórica de la Universidad, Montevideo, 1959); sus cualidades de escritor no alcanzan, en cuanto a creación verbal, un nivel de real jerarquía. Estas observaciones negativas no invalidan, sin embargo, la obra de Isidoro 0e María. Ella mantiene vivo su interés aunque este se sostiene en pilares axiológicos no estrictamente científicos ni literarios. En esa obra, de débil andamiaje conceptual y sin grandes valores literarios, fue adquiriendo expresión, según dice el mismo Oddone en el articulo citado, "un pasado que aún carecía de conciencia de si mismo y no se decidía a integrarse al espíritu colectivo de la nación". Esta inmersión en las raíces de la nacionalidad para darles expresión es el pulso que palpita en la obra de Isidoro De Maria y le da color de vida. El interés de su labor proviene precisamente de la vida que le comunica esa pulsación perceptible a través de la humildad estilística y de la ingenuidad metodológica. Sus páginas irradian el calor de lo auténticamente vivido y que es comunicado por el imperio de una igualmente auténtica necesidad expresiva. Su labor está sentida como un acto de servicio para la nación.

La vida de Isidoro De Maria fue larga y laboriosa. Los perfiles de esa vida han sido trazados por Juan E. Pivel Devoto en la semblanza que figura en Rasgos biográficos de hombres notables de la República Oriental del Uruguay (Claudio García & Cia., Editores, Montevideo, 1939). Nacido en Montevideo en enero de 1815, Isidoro De Maria murió en la misma ciudad, a los 91 años, el 16 de agosto de 1906. Sus padres fueron Juan Maria De María, italiano y artillero al servicio de España, y Maria Luisa Gómez, argentina. Realizó estudios primarios en la Escuela Lancasteriana de su ciudad natal. Completó luego por si mismo su cultura. En 1829 ingresó corno tipógrafo en la Imprenta del Estado. Vinculado desde entonces con los hombres de letras del país, inició, apenas adolescente, su actividad periodística, que lo llevó, años más tarde a fundar El Constitucional, que apareció entre 1838 y 1846. Fue Vice Cónsul del Uruguay en Gualeguaychú (República Argentina). De regreso al Uruguay, se dedicó a las actividades pedagógicas -fue miembro de la Comisión de Instrucción Primaria del Departamento de Montevideo y del Instituto de Instrucción Pública- acerca de las cuales escribe Juan E. Pivel Devoto: "La escuela de la época, en vísperas casi de la reforma de Varela, le debe algunos de sus más grandes adelantos: cursos nocturnos para adultos, escuela graduada, educación de la mujer, etc." También actuó en política: fue diputado por Soriano y Vice Presidente de la Cámara de Representantes. Pero desde 1878, en que fundó La Revista del Plata, dedicada enteramente a temas de historia del Uruguay, abandonó la actividad pedagógica, la política y el periodismo de combate para dedicarse en forma casi exclusiva a la investigación histórica, publicando entre 1880 y 1890 sus trabajos más completos, entre ellos los Rasgos biográficos citados y los tres primeros tomos de Tradiciones y recuerdos. Montevideo antiguo y la sexta edición de su Compendio de la historia de la República Oriental del Uruguay. Los últimos años de su vida los dedicó, entre otras tareas, a la ordenación, clasificación y restauración de documentos históricos, en su calidad de Director del Archivo Nacional. Los frutos de esta larga vida laboriosa han sido así juzgados por Pivel Devoto: "Sus obras, que llenarían más de treinta volúmenes, escritas en forma sencilla, tienen ya el valor de las obras clásicas. La crítica histórica a la luz de nuevos métodos podrá formular a sus libros muchos reparos; pero lo indudable es que la consulta de ellos se hace imprescindible a todo aquel que estudie nuestro pasado. Porque De María trabajó sus obras no sólo con el elemento tradicional y los recuerdos, sino que dio a conocer centenares de documentos, muchos de ellos procedentes de sus colecciones particulares hoy dispersas" y concluye afirmando que Isidoro De María "murió rodeado de la respetuosa consideración de todos sus conciudadanos que veían en aquel anciano venerable al cronista de la patria vieja y al representante más auténtico de sus tradiciones."

Un testigo memorioso

De todas las obras publicadas por este hombre modesto y laborioso es, sin duda, Tradiciones y recuerdos. Montevideo antiguo la que mejor lo representa y la que tiene más atractivos para el lector no especializado. Pero es no sólo la obra más representativa de su autor sino también uno de los más vivaces testimonios sobre el pasado de nuestra ciudad. Las páginas del libro nacen de una actitud nostalgiosa, de un claro amor por un pasado fugitivo cuyo recuerdo se quiere hacer perdurable. Testigo durante casi un siglo de las transformaciones sufridas por su ciudad natal, lleno de "recuerdos que no han borrado de la imaginación los años", De Maria espigó, según sus propias palabras, en las cosas viejos de nuestra tierra, "para que no se pierdan y vivan en la memoria de los presentes y las conozcan los que vengan atrás." Guiado por este deseo, sostenido por su sereno aunque fervoroso amor por las tradiciones del país, De Maria fue hilvanando sus crónicas sin someterse a un plan rígido. Ellas surgieron y se organizaron de acuerdo a las espontáneas solicitaciones del recuerdo y la nostalgia. El resultado es sorprendentemente atractivo: el total de esas crónicas -algunas muy breves, casi meros apuntes de unas pocas líneas- componen cabalmente la atmósfera del Montevideo antiguo, de lo que la ciudad fue desde su iniciación colonial hasta 1830. Las cuatro últimas crónicas del libro cuarto (La Jura de la Constitución, El mobiliario de la Sala de Representantes en la Jura de la Constitución, El uniforme del Ejército y La visita de la plaza en la Jura y los abanicos) están destinadas, precisamente, a rememorar este solemne acontecimiento que el autor presenció cuando tenía 15 años y que recuerda cuando era ya octogenario. Esas, cuatro crónicas, donde destella, por momentos, la luz de una conmovido memoria personal, cierran la obra, cuyo conjunto se desgrana en múltiples temas. El autor recuerda edificios y lugares: la Matriz, los Bóvedas, el Fuerte, la Ciudadela, la Esquina Redonda; describe usos y costumbres: entierros, casamientos, ceremonias religiosas; revive tipos populares: el aguatero, el sereno, el pulpero, la lavandera; narra sucesos: los funerales de Blas Basualdo, la visita a Montevideo del canónigo Mastai Ferreti, futuro Pío Nono; retrata humildes personajes históricos, Pepe Onza, Calderilla, Victoria la cantora, el Licenciado Molina, doña Mercedes, la de los ombúes. Todo este material tan variado, pintoresco y sugerente es ofrecido con trazos rápidos, a veces esquemáticos, como si el autor solicitara lo colaboración del lector y lo indujera al ejercicio de la imaginación. El libro de Isidoro De María incita a descubrir tras el Montevideo de hoy el Montevideo de ayer. Incita, es posible decirlo así, a esa forma particular de la nostalgia que es la nostalgia de lo no vivido.

En su mayor parte, los crónicas de Montevideo antiguo rememoran y hacen revivir cosas humildes, a las que no se les despoja de su originaria y o veces risueña humildad. En esta fidelidad constante al ser originario de las personas y cosas con las cuales trabaja, en ese no deformarlas ni siquiera para embellecerlas, reside precisamente la mayor virtud de las crónicas de Isidoro De Maria. No desarrolla una anécdota ni ahonda los rasgos de un personaje ni siquiera cuando ellos ofrecen elementos propicios para ser novelados. Tampoco hay en sus páginas hallazgos estilísticos. En otro escritor, estos rasgos podrían ser una limitación y un defecto. En Isidoro De Maria, no. Es de ese modo fiel a su naturaleza. No fue ni un imaginativo ni un estilista y no pretendió serlo. Sólo fue, y se atuvo a ello, un cronista amable que supo desaparecer detrás de los objetos de su amor (y si en algo aparece el autor en Montevideo antiguo es sólo como legitimo consecuencia de que él mismo fue parte de ese Montevideo del cual quiso ser y fue el cronista). Y por lo mismo, la nitidez de visión y la fuerza comunicativa de sus crónicas nacen sustancialmente de la limpidez de alma de su autor y de su entrañable consustanciación la materia con la que trabajó. Es ella la que determina el dibujo de sus crónicas. El autor es sólo el portavoz de esa materia a la que obedece dócilmente. El triunfo de Isidoro De Maria es el triunfo de lo humildad. Lo auténtico de sus páginas es el resultado de la posesión de virtudes morales y no del manejo de grandes cualidades literarias. Conviene recordar esto para que todo cotejo entre Isidoro De Maria y su indudable inspirador Ricardo Palma se haga con la conciencia de que las cualidades de ambos, y sus valores, por consiguiente, son de diferente naturaleza. Ricardo Palma, sagaz literato y brillante hombre de letras, contorsiona la materia tradicional, la enriquece imaginativamente y la somete a sus intenciones estéticas, mientras que Isidoro De Maria, despojado de grandes ambiciones en cuanto a creación literaria, se ciñe a la realidad y deja que ella, ofrezca por si misma sus pequeños pero muchas veces encantadores destellos Ambos autores parten de una intención igual: revalidar y hacer amor el pasado. Pero lo hacen de distinto manera y llegan a diferentes resultados. Conviene buscar en cada uno de ellos solamente lo que cada uno ofrece. Coda cual ha creado su propio mundo, sujeto a sus propias leyes. Un cotejo de los Tradiciones peruanas, de Ricardo Palmo, y el Montevideo antiguo, de Isidoro De María, solo puede ser válido si se tiene en cuenta, lúcidamente, sus radicales diferencias. Sólo de este modo ese cotejo enriquecerá la comprensión de ambos obras.

Lo lejano es lo íntimo

Un ser humano que no recordara su infancia seria un ser sin efectivas raíces vitales. De igual modo, una colectividad que no sepa su pasado es una colectividad carente de raíces. Rescatar esas raíces para los montevideanos es lo que se propuso y logró Isidoro De María en su Montevideo antiguo que es, se puede decir así, una especie de memoria colectiva a través de la cual un pasado -el de una ciudad- se expresa y se preserva. Alguien ha dicho que lo lejano es lo intimo, y en esta lejanía temporal que las crónicas de Montevideo antiguo recogen, el lector de hoy encuentra una intimidad que no le es ajeno: la intimidad de su pasado no individual sino colectivo. Es esa intimidad la que crea la atmósfera poética que irradia esta obra que, en modo alguno, se propuso ser poesía. Porque esa poesía no fue puesta por Isidoro De Maria en sus crónicas sino que proviene naturalmente del tema de las mismas, es la poesía que, para quien no carezca de sensibilidad histórica, se encuentra siempre en la rememoración del pasado individual o colectivo y es, aunque parezca paradójico, ese sentimiento del pasado, que espontáneamente se transfigura en sentimiento poético, lo que hace que estas páginas irradien un sabor de inmarcesible frescura y juventud. En las páginas de Montevideo antiguo lo que fue se hace presencia vivo o presente permanente. Leer las crónicas de Isidoro De Maria, a quien sus contemporáneos vieron, en sus últimos años, como una encarnación viviente del pasado, es reencontrarnos a nosotros mismos en nuestros antepasados.
Arturo Sergio Visca



Mastai Ferreti y el Quita Calzones 1824

por Isidoro de María


Empezaba el año 24 cuando arribó a este puerto, el 1° de enero, el bergantín francés Heloisa, a cuyo bordo venía el canónigo Mastai Ferreti acompañando al Arzobispo Muzzi, Nuncio de su Santidad, en misión apostólica cerca del Gobierno de Chile.

Una tempestad deshecha había rechazado la nave conductora, de las costas de Maldonado, consiguiendo a duras penas ganar el puerto de Montevideo, de donde siguió viaje a Buenos Aires. De allí partió la misión por tierra para Chile, no sin percances, en cuya travesía las vichucas de San Luis diéronle, según la tradición, un mal rato a Mastai Ferreti, en el rancho en que se alojó, obligándolo a pasar la noche al raso, tendido sobre un cañizo, soportando la lluvia.

Hasta octubre de ese año, permaneció la misión en Chile, regresando por agua al Río de la Plata, para volver a Europa.

Al expirar el año, llegó la nave al puerto de Montevideo, desembarcando Monseñor Muzzi y sus acompañantes, de los que hacía parte el conde Mastai Ferreti. Gran novedad para las devotas y cumplida recepción de los viajeros por el Barón de la Laguna y el cura Vicario Larrañaga, que hospeda al Arzobispo en su casa, y don Manuel Jiménez en la suya al canónigo Ferreti.

No estaba en los libros de la de San Felipe y Santiago que hospedaba en su seno al futuro Papa Pío Nono, en el canónigo Ferreti, como no lo estuvo al contar de tránsito en él a don Baldomero Espartero, después de Ayacucho, que sería más tarde el duque de la Victoria en España, y la primer figura en el célebre convenio de Vergara.

Muy luego el Arzobispo Muzzi administró el sacramento de la confirmación en la Matriz, acompañado del canónigo Ferreti. Durante su estadía el Arzobispo celebraba misa en el Altar Mayor, y el canónigo en el del Rosario. Ya podrá figurarse el lector con qué gusto no asistirían las devotas a oír misa de aquellas dignidades.

Un día, no sabemos si siguiendo las aguas de los miembros cesantes del Consulado, que lo habían celebrado con una comilona en el Miguelete, en que fueron piernas muy alegremente Carreras, La Mar, Vilardebó, Pérez, Parías, Camuso, Cortinas, Susviela, Martínez y Souza Viana, ocurrióles a otros de buen humor, convidar a los viajeros a una fiesta campestre en la quinta de Juanicó, que aceptaron los distinguidos huéspedes con sumo agrado.

Todo se había preparado allí para obsequiarlos espléndidamente, y en el día convenido, invitados e invitantes se ponen en camino para la quinta. Pero, ¿quién había de decirles a los viajeros que un pícaro arroyuelo llamado Quita Calzones, les jugaría una trastada? Pues así, como suena. Al pasarlo, se empantana el birlocho en que iba Mastai Ferreti, costando un triunfo sacarlo del atolladero.

Era una nueva aventura por que pasaba por estas tierras Mastai Ferreti, que no olvidaba la de las vinchucas, ni la de la maniobra de marinería en el Cabo de San Antonio, en que había tomado parte bajo un temporal, por el número uno. Sin inmutarse el buen canónigo, sonreíase del percance, preguntando cómo llamaban a aquel arroyo. Quita Calzones, señor, le dicen. Pues hombre, responde muy jovial, lo que son los nuestros no nos los ha quitado, y tomó nota del nombre para su cartera de viaje.

Con retardo llegaron a la quinta, donde el percance ocurrido en Quita Calzones fue el tema obligado de la conversación y de la broma, no faltando alguno que dijera: "Vaya, sin ese incidente, no habría conocido prácticamente el canónigo, las chanzas del Quita Calzones".

Varias personas de distinción y parte del clero habían sido invitadas para la fiesta; y para amenizarla fueron convidados también algunos artistas líricos, entre ellos el célebre Vacanni.

Mesa espléndida. Banquete en regla. El Nuncio tomó asiento a la cabecera, y el canónigo Mastai Ferreti fue colocado entre una prima donna italiana y una bailarina francesa, que juntamente con un tenor milanés, hacían parte de los convidados.

"La cantatriz y la bailarina (esto va por cuenta y riesgo del Padre Sallusti, cronista de la fiesta, según el general Mitre) unían a su brío y vivacidad natural, una belleza afectada, con traje elegante y un fantástico tocado dispuesto con caprichosa maestría.

"A los postres se cantaron las más bellas composiciones de Rossini, terminando con el di tanti palpiti, di tanti pene, ejecutado por la prima donna y el tenor, que fueron muy aplaudidos, incluso por un fraile español que hacía de bajo.

"Los viajeros creyeron ver en esta fiesta una escena premeditada para comprometer su carácter sacerdotal; pero hombre social y de carácter ameno, el canónigo Mastai Ferreti, no lo tomó a mal".

Al regreso a la ciudad, antes que se cerrasen los portones, decíanle en tono de broma al canónigo, los que tenían confianza con él, "cuidado con el Quita Calzones; con la segunda edición de esta mañana".

No hay cuidado, contestaba Mastai, el cochero ya es baqueano, como dicen por estas tierras, y no caeremos en la trampa; pero por sí o por no, vayan otros adelante.

Y los vehículos se pusieron en marcha para la ciudad, llegando salvos de otro Quita Calzones, pero con el cuento del pasaje del canónigo Ferreti, que fue el platillo por muchos días, saliendo a relucir cada vez que se hablaba de paseo por aquellos contornos.

El canónigo Mastai Ferreti, a las vueltas en Quita Calzones, sería cosa de verse. ¡Y lo que son las cosas de este mundo! Pues era el predestinado para ocupar 20 años después la Silla de San Pedro en Roma, con el nombre de Pío Nono, viniendo a ser el primero y único de los Papas que antes de ascender al Pontificado, pisó este suelo, admiró su espléndida naturaleza, y aspiró las auras embalsamadas del Miguelete, recordando siempre el percance de Quita Calzones.


Isidoro de María
de "Montevideo Antiguo" - Libro segundo

Thursday, August 12, 2010

Los tres gauchos orientales.- (click aqui).


Los tres gauchos orientales
Coloquio entre los paisanos Julián Giménez, Mauricio Baliente y José Centurión sobre la Revolución Oriental en circunstancias del desarme y pago del ejército, escrito por Don Antonio D. Lussich


JULIÁN GIMÉNEZ


¡Dios lo guarde! Ha madrugao
esta mañana aparcero,
ya tiene al juego un puchero
¡y un churrasquito ensartao!


MAURICIO BALIENTE


Don Julián, ¿cómo le va,
de su cuerpo contra el suelo,
agarró el pájaro al vuelo
¿qué anda haciendo por acá?


JULIÁN GIMÉNEZ


A visitarlo venía
pues nos van a licenciar,
y no me quiero marchar
sin que hablemos este día.
¿Y usté cordial no Baliente,
pero siempre muy prolijo,
¿a que tiene ya de fijo
también el agua caliente?

Continua... click en el titulo para la version completa.

Tuesday, August 10, 2010




Consulado General del Uruguay
Toronto, Canadá


COMUNICADO DE PRENSA


Toronto, 29.julio.2010

El próximo día 25 de agosto del corriente año se cumple el 185º Aniversario de la Declaratoria de la Independencia de la República Oriental del Uruguay.

Para festejar la fecha patria nacional, el día 21 de agosto la comunidad uruguaya realizará una reunión en la cual, además de llevarse a cabo los actos formales correspondientes, se disfrutará de una muy atractiva serie de expresiones artísticas.

La reunión es organizada por este Consulado General, el Consejo Consultivo de Toronto, el Club Uruguay Toronto, el Comité de Solidaridad Mano con Mano Toronto y el Grupo Solidario Ibiray. Ese trabajo conjunto y coordinado asegurará, al igual que en ocasiones anteriores, una magnífica velada.

El evento, con entrada libre, se desarrollará en el Local Union 183 de la Avda. Wilson 1263, cuyas puertas se abrirán a las 18.00 hs. El programa previsto dará comienzo a las 19.00 hs. y culminará con baile.

El Consulado General del Uruguay convoca a todos los uruguayos, hermanos latinoamericanos y demás amigos, así como a todos los medios de comunicación a hacerse presentes en la celebración y disfrutar una estupenda jornada.

Se adjunta afiche que se ha publicado para promover el evento.

Monday, August 9, 2010

Matrero.-


MATRERO (Tacuruses)
Serafin J. Garcia

Resueyo del monte cuajao en coraje.
Altivo aletaso de la libertá.
Cerno endurecido de macheses gauchas
que sólo la muerte consiguió ablandar.

Corasón caliente de los campos potros
latiendo en la entraña de la soledá.
Tutano'e los cerros filosos y ariscos.
Colmiyo'e la sierra. Facón del pajal.

Tropero de sombras, domador de rumbos,
patrón de horisontes baquiano y audás,
tu vida jué un libre volido de toldo
surciendo distancias,sin nunc'anidar.

Tuviste por cama los pastos del monte.
Por techo, el ramaje del coroniyal.
Jué arruyo'e tus sueños el canto'e los ríos
y el silbo'e los vientos entre'l flechiyal.

Dos gauchos con alas rondaron tus noches:
el tero alarife y el libre chajá.
Y en los recovecos de tus madrigueras
sus trampas d'espinas armó el ñapindá.

Y cuando crusaste, tajiando la noche,
s'hinchó el campo'e lomas pa verte pasar;
chistó la lechusa, cayaron los tigres,
y los cimarrones dejaron de auyar.

Pa vos lució el alba sus pilchas rosadas;
pa vos abrió flores punsó el sucará;
por vos munchas noches la luna, mimosa,
en l'anca'e tu flete se vino a sentar.

Y juiste la estampa más gaucha y airosa
qu'en sueños las chinas miraron pasar,
prendido a los flecos del poncho el misterio¡
y al cinto el rumbero de la libertá!

Matrero. Acrilico sobre tela realizado por Pedro Pont Vergés artista correntino contemporaneo.

Friday, August 6, 2010

¿Me empriesta el cuchillo?/ Historias Cortitas.-

¿Me empriesta el cuchillo?

Eran los primeros días de abril de 1831 cuando Fructuoso Rivera haciendo uso de la confianza que los charrúas le tenían, ya que habían peleado juntos contra las diferentes invasiones a la Banda Oriental, los convoca a todos con sus guerreros y familias.

De apoco fueron llegando al rincón del Salsipuedes, Venado, Polidoro, Juan Pedro, Rondeau, Brown y varios otros caciques y caciquillos.

“Nos tienen que ayudar a cuidar las fronteras, no sea que los bayanos se nos ganen otra vez tierra adentro”, les dijo Rivera.

Los caciques no dudaron de las buenas intenciones del hombre al que llamaban Don Frutos, después del trato, los invitaron a festejar con licor y varios animales carneados para la ocasión. Los charrúas formaban un grupo de unas 400 almas, los soldados que acompañaban a Rivera rondaban por los 1200.

Cuando los ánimos estaban tranquilos y los indígenas disfrutaban más del agasajo, Don Frutos le dijo a Venado...

“¿Me empriesta el cuchillo?, pa’picar tabaco”

El momento de la entrega del cuchillo era la señal para que el ejército traidor tocara a la carga y a degüello. Venado cayó al piso después del disparo a quemarropa que le dio Frutos, el zafarrancho acabo con unos cuarenta charrúas muertos y más de trescientos prisioneros o heridos.

La gran traición ya se había llevado a cabo, pero algunos como Bernabé Rivera, se empecinaron a eliminarlos en su totalidad y se dedico a perseguir incansablemente a los que lograron escapar de la emboscada.

En Agosto, el Rio Arapey y el Mataojo también se tiñeron de sangre charrúa, después de degollar a los caciques Juan Pedro y Adivino, el campo mostraba los cuerpos de unos veinte charrúas muertos y más de ochenta heridos o prisioneros. Polidoro era el único cacique importante que todavía seguía en pie, pero Bernabé quería degollarlo como a todos los otros “infieles”.

Por mediados de Junio de 1832, allá por la hondonada de Yacare-Cururu el cuerpo de Bernabé Rivera y diez o doce de sus soldados, yacían inertes a los pies de un joven guerrero charrúa, el atardecer ya empezaba a abrirle las puertas a la noche, todavía en el aire estaba el olor áspero de la pólvora, varios hombres y caballos heridos se revolcaban en los alrededores.

El joven charrúa que había perdido su daga en la batalla recién terminada, con su lanza en la mano, todavía ensangrentada, le pregunta al gran cacique Polidoro…

¿Me empriesta el cuchillo pa’degollar milico?

El cacique solemnemente le responde…

“Nunca más un charrúa soltara su cuchillo, no antes de morir apretando la empuñadura, deje nomas que los heridos se vayan… ya ha habido suficientes degüellos…"

El Tordillo

Thursday, August 5, 2010

La creciente.-


LA CRECIENTE .-Un cuento de ANTONIO VEGA (hijo)

Ya de tardecita los pájaros andaban asustados cortando en rápidos vuelos una brisa fría y gris.
Los biguás volaban bajo huyendo de la tormenta. El Uruguay iba hinchando el lomo terroso, mugidor, arrastrando camalotes enredados en raíces secas hasta formar islotes a la deriva.
Algún que otro tronco rememorando antiguas piraguas hundía la punta entre una coronita de espumas y salía chorreando agua turbia como un hocico de yacaré. Desde las costas de Camacho, empinándose en el antiguo fortín que deba amparo al resguardo, el espectáculo era magnifico.
El cauce común anchándose tocaba las barrancas, chicoteando el agua contra grandes bloques de piedra y retorcidos árboles que parecían asomarse ebrios a la correntada. En frente, la isla Juncal se iba quedando más chica.
Hacía años que habitaba la isla un matrimonio. Ella, varonil, haciendo pata ancha al sufrimiento y al trabajo, Doña Primitiva; y él, seco, musculoso, tostado, canoso, se llamaba Martin; y entre los dos, tres gurises isleños, nacidos en la Juncal, único continente para sus indígenas.
Se dedicaban a la caza, a la pesca, y al cuidado de los árboles frutales, cosechando naranjas, toronjas, limones y otras frutas que daban fácil en la tierra fresca alimentada de limo.
Los altos juncos que bordeaban la isla asomaban las puntas en un balanceo como espinas inquietas, incapaces de proteger le tierra.
Pesadas nubes venían desde el norte a galope, con chubascos que se fueron afirmando hasta nacer una lluvia pareja, como si estuvieran baleando el rio. Apenas si quedaba luz del día.
—Apuren muchachos, Y Doña. Primitiva, con la pollera y los brazos arremangados tapándose con una mantita, animaba a los hijos, empapados, a llevar todo lo que podían para la casa.
El embarcadero había desaparecido totalmente, y en su lugar se veía un remolino negro ya, hundiendo hojas y basura. Martín había cruzado hasta Carmelo. Era difícil esperarlo.
—Tenemos que arremediamos. Total, si fuera la primera vea. — Comentaba doña Primitiva. — Pero este loco — y señalaba el río estirando la boca. — cuando le da la biaraza de desbocarse, no hay quien lo aguante.
Los muchachos todavía metían hombros al aguacero y con los pelos pegados a la cara tiraban del bote hasta amarrarlo a un poste cerca de la vivienda. La mujer consideró necesario guarecerse bajo techo a la espera de las circunstancias.
Entró con sus hijos a la casa de madera, pobre de muebles, y encendió el farol. Se asomó por una de las ventanas alumbrando. Daba a un corral casero. Las aves se apretaban en los palos, o se cobijaban en un rincón contra el viento y la lluvia que se intensificaban.
Pasaron algunas horas, perdidas las esperanzas de que el hombre pudiera allegarse a la isla, cada vez más cercada y barrida por la correntada. Los árboles azotados por el viento producían un confuso murmullo, que se unía al resollar del agua, en tal forma, que una voz se hubiera perdido a poca distancia.
—Mama, mire. — Y uno de los muchachos señalaba la abertura inferior de la puerta. — Mire, ya dentra.
La madre miró inquieta al agua que venía lamiéndole los pies. Los muchachos inconscientes y noveleros casi estaban por reírse.
—A ver, levanten las cosas arriba 'e las camas y la mesa. No es pa’reirse, que digamos.
Se activaron. Dentro de la habitación el agua se movía mansita, estirándose poquito a poco para ganar altura. Faltaba poco para mojar los colchones. A la mujer le costaba decidirse a lo que consideraba el último recurso. El agua seguía subiendo tranquila, pero tenaz.
— ¿Y aura? Con los brazos cruzados no hacemos nada. Ayuden — Y ella misma dio el ejemplo. Envolvían los colchones y los subían arriba de un ropero alto. Toda la ropa la fueron apilando arriba, y cuando no cupo más, hicieron un atado y lo colgaron de un gancho. Quedarse allí, era quedar dentro de la trampa.
—Estamo? Me tienen que seguir con cuidao. — Los miró a los tres.
Ya no se reían —Vamo a tirar pa la, lomita. Hay que arrastrar el bote — Les echó por encima unas arpilleras, buscó algunos alimentos, una botella de bebida fuerte, y salió adelantando el farol.
—Agarrensen. No se suelten. Aquí también hace juerza la correntada.
Apenas si los muchachos podían oír las últimas palabras que el viento y el agua ahogaban. El bote se balanceaba sujeto al poste.
Guiándose por los árboles, ya que el camino desaparecía totalmente, la mujer y los niños remolcando, el bote con la breve carga, se internaron en lo que debía ser el centro de la isla. Avanzaban cautelosamente sujetándose en lo posible a los árboles y afirmando los pies en el suelo barroso y huidizo. La madre levantando el farol servía de guía, y al mismo tiempo no dejaba de cuidar a los que la seguían.
—No soltés al Negro. Cuidao. En realidad más hablaban los ademanes que las palabras.
Trabajosamente fueron internándose en la isla hasta llegar a la loma que aparecía todavía descubierta, con algunos árboles protectores. Allí encaramaron el bote y lo dieron vuelta a manera de caparazón de tortuga, permitiendo protegerlos del temporal. Siempre tendrían tiempo de ponerlo a flote, en último extremo.
Apoyada la proa en una piedra permitía ver la luz del farol desde fuera.
— ¿Y aura, mama? — Inquirió el más chico.
—Aura a esperar m'hijo.
Cuando Martín desde la costa y ya con la noche encima vio que aquello no aflojaba, le entró una desesperación por la mujer y los hijos, que en vano querían calmar algunos curiosos.
—No se largue, que eso es una locura!
Pero el sentimiento era un cable de acero potente que lo tironeaba. ¿A la muerte? El no pensaba. Ellos estaban en peligro, y su imaginación estaba con ellos. Empujo la pequeña y movediza embarcación, saltó dentro y con un olfato de años se tiró a vadear el brazo desde más arriba, para salirle al encuentro a la Juncal.
Apretaba los ojos en la oscuridad y los frotaba con los puños para descargarlos de agua. En realidad el cruce era una locura. ¡Con aquellos remos y aquel, casco boyando como una cascara en la creciente!
Una fuerza desconocida que emerge de la desesperación en momentos supremos, lo hacía dominador y audaz. Fue avanzando. Tardó horas hasta sentir hormiguear los brazos y, con el corazón en ¡a eterna zozobra del vuelco. Apretó aún más los ojos. Le parecía ver una luz, pequeña, perdida a veces entre ráfagas.
Tanteó puntas de juncos a la altura de las olas. Rumbeó hacia la luz. ¿No sería el cansancio? Notó que la fatiga le pesaba en los brazos y hasta las piernas se le acalambraban. La correntada intentaba alejarlo de la luz.
Tenía que forzar la corriente, meter la quilla con los dientes apretados, en la ola sucia que paraba la lancha. Luchar por lo menos para no dejarse alejar.
¡Ahora, tan cerca!" Pensaba él.
Un gusto amargo, salobre, le llenó la boca; Cabeceaba la lancha, hundía tos remos con desesperación.
¿No jué un grito?— Interrogó la madre, ¿naides oyó nada?
Y asomó la cabeza por debajo del bote. Los muchachos quedaron en silencio. El agua más abajo rezongaba enredándose en los troncos de los árboles o entre las ramazones bajas.
—Me había parecido— insistió ella cuando se volvió a guarecer.
—Pero mama, ¿ quién va a gritar?
-Tata anda en la costa. — Comentó uno de ellos.
¿Algún cristiano?
Inesperadamente la madre se volvió a asomar.
—Pa mi que gritan. — y haciendo fuerzas salió de su guarida.
—No puedo quedarme. Esperen.
—La acompañamos, mama. — Intercedió el mayor.
—Esperen.
Y la mujer con el farol en el trazo estirado por encima de la cabeza fue hasta la orilla de la loma. Le costaba mantenerse serena frente al viento. Miró interrogando hacia distintas direcciones. Ya se volvía cuando le pareció distinguir algo entre la ramazón de los árboles, más abajo. Algo se movía.
Hizo señales a los muchachos que vinieron a confirmar sus sospechas. Parecía una lancha vacía calzada entre ramas.
—Ustedes esperen.
Dejó el farol al mayor, y sujetándose a los troncos y nadando entre ellos logró alcanzar la lancha. Palpó, era lo que esperaba, un 'hombre desmayado estaba dentro. Se encaramó hasta caer en la lancha, y ayudándose de los remos y de los árboles, entre tinieblas, se aproximó a la orilla. Cuando retiraron al hombre agotado, inconsciente, lo reconocieron.
—Yo sabía que tenías que venir, mi Martín.
Y por primera vez lloró en la tormenta.
Cuando el día vino trepando entre las nubes grises, apenas si el lomo de tierra quedaba por cubrir y las copas de los naranjos, de los limoneros, de los toronjales eran como jardines flotantes. Arriba de la tierra el bote dado vuelta seguía aguantando una lluvia pareja.
Debajo, el hombre, la mujer y sus hijos, como en el arca del diluvio esperan confiados en su fe, afirmada en este momento de necesidad. Cuando empezaron a bajar las aguas, sonrieron.
¡Quién amansa a este loco!
Y Martín señalaba al río, revuelto, salpicado de camalotes, de ramas, de hojas, de pájaro muerto, asustador y benéfico.

Antonio Vega (h.).
Publicado en el Almanaque del Banco de Seguros del Estado de 1948.-

Wednesday, August 4, 2010

Cronica de un fin de semana.-

El fin de semana se venía lindo, el tanque de nafta estaba lleno, lo único que faltaba era preparar el mate y temprano en la madrugada, salir a hacer camino.

Como hacía tiempo que no nos tomábamos unos días para hacer kilómetros, decidimos encaminarnos hacia la frontera, nuestro destino final la zona conocida como Fingers Lake, en el norte del estado de Nueva York, por todos los reportes que había leído en la internet, se trataba de una zona muy pintoresca donde los puntos a destacar eran la abundancia de hermosos lagos, grandes bodegas viñedos inmensos y un pequeño pueblo con el prometedor nombre de Seneca Falls (Cataratas de Seneca).

Como las supercarreteras no son propicias para conocer pueblos y parajes, después de pasar la frontera americana, buscamos carreteras secundarias, las estimadas tres horas de viaje se volvieron aproximadamente cinco, pero la expectativa de conocer Seneca Falls (Cataratas de Seneca), justificaban el tiempo.

Hablando de tiempo, les paso a contar que llegamos tardísimo, las Cataratas de Seneca, habían sido eliminadas de la ciudad en 1915, así que no las pudimos ver.

Deambulamos por la zona buscando la cantidad de lagos que prometían, encontramos dos… A mí, amante del vino y de todo su proceso, todavía me quedaba la esperanza de acercarme a la vid, disfrutar las aromas de las viñas, Titina no se veía tan entusiasmada, pero después de hacer tantos kilómetros, todavía pensábamos que algo lindo iba a resultar de todo esto.

Lo primero que pregunte al llegar al hotel, fue por un mapa regional detallado y otro de la zona de Geneva Lake (Lago Ginebra), que hasta ese momento era lo mejor que habíamos visto.
Después de instalarnos, salimos a recorrer el pueblo, lo caminamos de norte a sur u de este a oeste, a los 45 minutos estábamos en la puerta del hotel.

“Mañana nos levantamos temprano, después del desayuno salimos a recorrer los lugares que describen en esta mapa sobre “la ruta del Vino”, vas a ver que la vamos a pasar lindo”, dije con entusiasmo.
Después de dos horas de dar vueltas vimos dos Bodegas, una cerrada hasta las 10 y la otra con unas viñas tan mal cuidadas que ni ganas de bajarse del auto daban.
Sacamos dos o tres fotos y sin más, emprendimos nuestro retorno hacia la frontera canadiense y la hermosa zona vitivinícola en la península cercana a Niágara Falls (Cataratas del Niágara).

Por suerte las cataratas todavía estaban todavia allí y en toda su majestuosidad...

Los viñedos, que se extienden por kilómetros a ambos lados de las rutas y caminos, encandilaban con un verde brillante, lleno de promesas de futuros
y sabrosos vinos.

Zigzag…zigzag… recorrimos por horas las extensiones de viñedos, disfrutamos de los aromas de la época, caminamos entre las viñas, donde las uvas, algunas ya casi maduras me decían al oído… “falta poco para que nos disfrutes en nuestra próxima vida”…
al ver tanto futuro, pensé en Claudio y en JJ Tito…
ahora sé que habrá vino para todos.

Tuesday, August 3, 2010

El Pajarero.-





—¡Boyeros nuevos del Santa Lucia, que silban como flautas!
¡Zorzalitos y calandrias de primera pluma! ¡Jilgueros
cabeza negra, baratitos y cantores como canarios!
Con los dos grandes y toscos jaulones de cañas — que él mismo construyera— balanceándose a sus flancos, en el vaivén de la marcha, recorría periódicamente las mal empedradas calles de San Felipe y Santiago el viejo Juan Castillo, un pintoresco personaje que se dedicaba a la caza y venta de pájaros, allá por los comienzos del siglo XIX.

Hijo de andaluces, había heredado de sus padres la picardía y el gracejo propios de la raza, como así también la riqueza imaginativa y el hábito de exageración que la caracterizan.

Menguado de talla, con unos ojos de mirada vivaz e inteligente., que relampagueaban sin descanso entre la espesa
maraña blanca de las cejas y las barbas, su figura se había tornado familiar para los habitantes del plácido Montevideo da entonces, que gustaban jaranear con él y se complacían tirándole la lengua, para poder oír sus inverosímiles pero siempre pintorescos relatos.

—¡Mirlos de los bañados de Carrasco!
¡Cardenales de los montes del Río
Negro! ¡Cotorritas bien habladas, respetuosas
y obedientes, que yo mismo
enseñé como Dios manda!

Al escuchar su pregón salían a la puerta de los zaguanes las pizpiretas mulatillas de los mandaletes, con encargo de sus amas de hacer pasar al pajarero hasta el patio, para poder allí examinar a sus anchas las aves que ofrecía. No fuera cosa de que el astuto Castillo les quisiera vender tordos por mirlos, o espineros por zorzales, como según comentarios generalizados había ocurrido ya más de una vez.

Contábase que a una dama de alcurnia, muy regateadora en los precios, motivo por el cual no le resultaba nada simpática, el viejo Castillo habíale ofertado en cierta oportunidad lo que él llamara un loro bataraz, valiosísimo ejemplar, según sus palabras, de una especie ya casi extinguida, que hablaba poco menos que como un preceptor.

"Hasta a cantar aprende, si quien se lo enseña tiene una voz melodiosa como la suya, misia Francisquita", habría acabado diciéndole el muy locuaz pajarero. Y la empingorotada señora, contenta por el elogio, olvidó sus regateos y adquirió el ave, casi implume todavía, pero que una vez crecida resultó una vulgar lechuza.

Anécdotas como aquella atribuíanse muchas al socarrón Castillo, el cual, cuando alguna posible compradora las traía a colación, limitábase a responder con una ambigua sonrisa: —A quien mucho regatea le toca el ave más fea, dice un refrán de mi tierra.

Pero la verdad era que, fuese justo o injusto lo que de él se decía, a Castillo recurrían todas las familias monte videanas que, para solaz propio o para envidia de sus relaciones, anhelaban poseer un loro parlanchín o una calandria de armonioso canto.

El viejo pajarero iba a cazar a sitios muy distantes de la pequeña ciudad colonial, en cuyos aledaños residía, muy cerca de los Pozos del Rey. Lo llevaban consigo los carreros de la época, en sus rústicos vehículos toldados de cuero crudo, hasta los espesos montes del Santa Lucía, del Yi, del Río Negro, y a veces hasta el lejanísimo Cebollati.

Allá, en aquellas soledades no exentas de peligros, pasaba Castillo largas temporadas armando sus "aripucas", o acechando los nidos de boyeros y zorzales, a la espera, de que los pichones estuvieran "a punto", como él gustaba decir.

De regreso de tan largas expediciones, con las dos jaulas cañizas atiborradas de una inquieta y vocinglera carga, rumbeaba hacia los portones de San Juan o de San Pedro. Y va dentro del recinto de la amurallada ciudad colonial, oíase su característico pregón, mezclado al de panaderos, lecheros, vendedores de velas y otros proveedores:

—¡Boyeritos que silban como flautas!
¡Zorzales y calandrias de primera
pluma! ¡Loros que aprenden a hablar
hasta en latín!...

Publicado en Almanaque del Banco de Seguros del Estado del año 1968.-

Sunday, August 1, 2010

Nosotros.-

El 30 de Julio, Titina y yo celebramos 40 años de matrimonio, cuarenta de la decisión de salir de Uruguay y empezar una vida de matrimonio en un país lejano y extraño, de terminar de criarnos juntos, cuarenta de logros y fracasos, cuarenta juntos, en las buenas y en las mejores, pero también en las bravas, en las difícil de pelar, en las que después te hacen pensar si fue la decisión justa y adecuada.

 
30 de Julio de 1970, Titina y Alberto

Cuarenta de familia, de hijos, de nietos, de amigos de aquí y allá, de amigos en el mas aquí y en el mas allá, de perder familiares y encontrar vacíos que se hacen difíciles de llenar, de tener mucho a no tener nada, de contar las monedas caídas en el piso del auto, para pagar la salida del estacionamiento, o de contar los billetes para pagar un café sentados frente a la Torre Eiffel.

De llegar a cruces en el camino y tomarlos juntos, a veces hasta sin pensar en las consecuencias, otras fríamente calculando hacia donde nos llevaba, de hacer nuestra historia, cuarenta de grandes alegrías y también de tristezas enormes.

Siempre digo que no cambiaría nada de lo que he vivido, pero en lo más intimo de mi ser, se, que hubo muchas cosas que tendría que haber hecho distinto, la única que no cambiaría por nada y que la repetiría todas las veces que fuera necesario, es esa decisión que tomamos juntos hace cuarenta años, de hacer de nuestras vidas, una sola.
Julio 30 de 2010, Alberto y Titina.

Nosotros.-